domingo, 20 de mayo de 2007

El Otro entre el tiempo y el instante, 6

Buscar y recobrar

El verdadero amor de El banquete es un amor al saber y también el amor de Proust. El amor del amor. Proust se puso a la tarea de describirnos el amor como un saber. El banquete concluye por su parte que el saber es un amor. Nos acercamos poco a poco hacia la sinonimia entre filosofía y celosía. El celoso proustiano es un amante del saber. El amor del celoso sólo puede saberse. El saber del filósofo sólo puede amarse. Las búsquedas aporéticas de estos dos hombres desembocaron en la estética: la contemplación de la belleza y la reconstrucción narrativa del tiempo en estado puro. Filein y retrouver. La influencia de Platón sobre Proust, que éste recibe de cierta corriente crítica anglosajona, está más que atestiguada. La recherche desemboca en una forma de anamnésis: que toda novedad no era sino un olvido[23], que lo re-cobrado, aun cuando nunca percibido antes, siempre se refirió a nosotros, nos señaló, nos apuntó como apunta un deíctico a su sentido, como su materia. Por ello, es lo nuevo, pero vuelto a cobrar.

Las formas que permiten recobrar aquella experiencia en un principio vivida como “no-experiencia” son aquellas que tienen la virtud de espolear lo involuntario de nuestra memoria. No debe sorprendernos que una de esas herramientas sean los celos. Nos referimos a un tipo especial, diferente de la patología descrita en los manuales de psiquiatría. El paranoide construye el mundo a medida de su sospecha, de forma que sus hipótesis sean confirmadas por esa realidad diseñada ad hoc. No es a esta forma extrema a la que nos referimos, no tiene ella nada que ver con la del que tiene como misión recobrar el tiempo perdido. Las diferencias saltan a la vista. El celoso proustiano opera en la memoria, la duración, no en el presente como el paranoide. No ejerce tiranía alguna sobre el amado (aunque ejerza de carcelero en alguna ocasión). El deseo es lo que lo impulsa, es un deseo de saber que es fin en sí mismo, es la fuente del placer; mientras que para el celoso patológico el deseo de saber es instrumental, es el control, el dominio total sobre el otro, su finalidad. Por último, el celoso de Proust no lo es por condición, si no por casualidad. Por un azar que le permite descubrir un pedazo de tiempo perdido, por microscópico que sea. Es entonces cuando despierta en él la líbido scienti, como decía San Agustín, mientras que el celoso paranoide está poseído por la libido dominandi.

Como las almas recuerdan las ideas, por que ya estuvieron allí, en algún lugar del cielo, contemplándolas previamente a su encarnación terrestre, es el instante el que nos va a permitir penetrar en la oscuridad de ese torrente subterráneo a través de cuyo cauce transcurre el tiempo perdido. Ese instante en que los signos desnudan su sentido nos permite recobrar la experiencia que nos pasó desapercibida: «Pese a que ese día pasado, a través de la transparencia de las épocas siguientes, asciende a la superficie y se extiende en nosotros hasta cubrirnos por completo, de manera que por un instante los nombres recuperan su antiguo significado, los seres su antiguo rostro, nosotros nuestra alma de entonces, y sentimos con un sufrimiento vago, pero soportable y pasajero, aquellos problemas largo tiempo insolubles que tanto nos angustiaban entonces.» (Albertina desaparecida, 125).




[23] En expresión de un célebre cantautor actual que cita a Borges, que a su vez citaba a Francis Bacon, que a su vez cita a Platón.

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